Poemas de Catulo
Algunos poemas de Cayo Valerio Catulo
Carmen 7
Me preguntas cuántos besos tuyos
serían para mí, Lesbia, suficientes.
Tantos cuan grande es el número de las arenas libias
que se extienden por Cirene, rica en laserpicia,
entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sepulcro sagrado del viejo Bato;
o como la multitud de estrellas que, cuando la noche calla,
contemplan los amores furtivos de los hombres:
con que tú besaras tantos besos
el loco Catulo estaría satisfecho,
tantos que los curiosos ni pudiesen contarlos
ni embrujarlos con su lengua malvada.
Carmen 8
Miserable Catulo, deja de hacer estupideces
y considera perdido lo que ves que se ha perdido.
Brillaron alguna vez para ti resplandecientes soles,
cuando ibas y venías por donde te llevaba la joven,
amada por nosotros como ninguna será amada.
Allí ocurrían muchas cosas divertidas
que tú querías y ella no rechazaba.
Brillaron verdaderamente para ti resplandecientes soles.
Ahora ya ella no quiere: tú, impotente, tampoco quieras
y no persigas a la que huye ni vivas miserable
sino que con mente obstinada resiste, no cedas.
Adiós, muchacha, ya Catulo resiste
y no te buscará ni te pedirá sin que lo quieras.
Pero te dolerá cuando no se te pida nada.
¡Ay de ti, sacrílega! ¿qué vida tendrás?,
¿quién se te presentará ahora?, ¿a quién parecerás bella?
¿a quién amarás ahora?, ¿de quién dirás que eres?
¿a quién besarás?, ¿a quién le morderás los labios?
Pero tú, Catulo, obstinado resiste.
Carmen 11
Furio y Aurelio, compañeros de Catulo,
si este ha de internarse en los extremos de
donde la orilla por la ola oriental
de extendidos ecos es azotada,
o si va hacia los hircanios o los delicados árabes
o los sagas o los arqueros partos;
o a las llanuras que matiza
el Nilo de siete bocas,
o si ha de atravesar los elevados Alpes
visitando los monumentos del gran César,
el Rhin gálico y los lejanos
y horribles britanos
si todo esto, si cualquier cosa que manifieste la voluntad
de los dioses celestiales, estáis preparado para intentar a la vez,
anunciad a mi amada estas pocas,
no buenas palabras:
que disfrute y lo pase bien con sus trescientos amantes
que retiene abrazados todos a la vez,
sin amar verdaderamente a ninguno pero de todos sin cesar
reventando la entrepierna;
y que no atienda, como antes, a mi amor
que por su culpa murió como del prado
la última flor, que ha perecido después que la ha golpeado
el arado que pasa.
Carmen 43
Salve, muchacha que no tienes ni nariz pequeña,
ni bello pie, ni ojitos negros,
ni largos dedos, ni boca sobria,
ni por cierto lengua demasiado elegante,
amiga del malversado de Formias.
¿La provincia dice que eres bella?
¿Te comparan con nuestra Lesbia?
¡Oh siglo ignorante y estúpido!
Carmen 50
Ayer, Licinio, ociosos
jugamos mucho en tus tablillas,
y se había convenido que fuéramos refinados:
escribiendo unos versitos cada uno de nosotros
jugábamos con el metro, ya uno, ya otro,
replicándonos mutuamente entre la risa y el vino.
Y me fui de allí por tu gracia
tan inflamado, Licinio, y por tus encantos,
que ni me gustaba la comida
ni el sueño cubría con su quietud mis ojos,
sino que, desenfrenado por la pasión, en todo el lecho
me revolvía deseando ver la luz
para hablar contigo y para estar juntos.
Pero después de que mis miembros, agotados de fatiga,
se postraron semimuertos en el lecho,
este poema te hice, encanto,
para que mi dolor vieras claramente.
No seas ahora arrogante, y te rogamos
que no desprecies nuestras súplicas, niña de mis ojos,
para que Némesis no reclame tu castigo.
Es una diosa vehemente: cuídate de agraviarla.
Carmen 51
Aquel que me parece ser igual a un dios,
aquel –si es lícito decirlo– me parece superar a los dioses,
quien sentado sin cesar frente a ti
te contempla y oye
reír dulcemente, lo que, mísero de mí, me arrebata
todos los sentidos: pues desde el momento mismo en que te vi,
Lesbia, nada hay por encima para mí
….
pero la lengua se paraliza, una tenue llama
fluye por mis miembros, con sonido propio
tintinean mis oídos, con una noche doble
se cubren mis ojos.
El ocio, Catulo, te resulta molesto,
en el ocio te enardeces y en exceso te exaltas:
el ocio ya antes ha destruido a reyes
y a ciudades dichosas
Carmen 58
Celio, nuestra Lesbia,
aquella Lesbia a la que sola Catulo
amó más que a sí mismo y a los suyos todos,
ahora en las esquinas y en los callejones,
se la pela a los magnánimos nietos de Remo.
Carmen 70
Con nadie, dice mi mujer, preferiría casarse
más que conmigo ni aún si Júpiter mismo se lo pidiera.
Dice: pero lo que la mujer dice al apasionado amante
conviene escribirlo en el viento y en las rápidas aguas.
Carmen 72
Decías en otros tiempos que tú conocías solo a Catulo,
Lesbia, y que ni a Júpiter deseabas tener antes que a mí.
Te amé entonces no tanto como el vulgo a su amiga,
sino como un padre quiere a sus hijos y a los esposos de sus hijas.
Ahora te he conocido: por eso, aunque ardo más intensamente
sin embargo eres para mí mucho más insignificante y despreciable.
“¿Cómo es posible?”, dices. Porque una injuria tal obliga
al amante a amar más, pero a valorar menos.
Carmen 73
Deja de querer merecer el bien de alguien por algo
o de pensar que alguien pueda volverse piadoso.
Todo es ingrato, haber actuado bien es lo mismo que nada,
por cierto asquea mucho más y daña más,
como a mí, a quien nadie agobia más pesada y amargamente
que la que hasta ayer me tuvo como su solo y único amante.
Carmen 75
A tal punto ha sido llevada mi alma, Lesbia mía, por tu culpa,
y ella misma tanto se ha perdido en su servicio,
que ya no podría apreciarte, aunque en la mejor te convirtieras,
ni dejar de amarte, pese a todo lo que hicieras.
Carmen 76
Si algún placer encuentra el hombre que recuerda
sus buenas obras pasadas, cuando piensa que es piadoso
y que la fidelidad sagrada no ha violado, ni con pacto alguno
ha abusado del poder de los dioses para engañar a los hombres
están entonces para ti preparados, Catulo,
muchas alegrías por este amor ingrato,
pues todo lo bueno que a alguien los hombres puedan decir
o hacer, todo ya ha sido dicho y hecho por ti:
todas estas cosas han perecido, entregadas a un alma ingrata.
¿Por qué a tal punto te torturas?
¿Por qué no te afirmas en tu corazón y de aquí tú mismo te apartas
y dejas de ser miserable, pues están los dioses en tu contra?
Es difícil súbitamente deponer un largo amor;
es difícil, pero harás esto como puedas.
Esta es la única salud, tú debes vencer.
Lo harás, sea posible o no sea posible.
¡Oh dioses! si tenéis misericordia, o si alguna vez a alguien
llevastéis un último suxilio ya al filo de la misma muerte,
contempladme miserable y, si he transcurrido la vida con pureza,
arrancadme esta peste y esta pernicie
que, deslizándose como un sopor por lo profundo de mis entrañas,
ha expulsado las alegrías de todo mi pecho.
Ya no quiero esto: que, por el contrario, ella me ame,
o, lo que no es posible, que quiera ser pudorosa.
Yo mismo deseo sanar y abandonar esta tenebrosa enfermedad.
¡Oh dioses, concededme esto por mi piedad!
Carmen 83
Lesbia, estando presente su marido, me lanza muchísimas injurias:
este es la máxima alegría para aquel tonto.
¿Burro, no te das cuenta de nada? Si callara, olvidada de nosotros,
estaría sana: ahora que gruñe e insulta,
no solo me recuerda sino que, lo que es mucho más grave,
está furiosa: esto es, se enardece y habla.
Carmen 85
Odio y amo. Quizás preguntas por qué hago esto.
No lo sé, pero siento que sucede y me torturo.